Son varias las calles de nuestro Centro Histórico, en las que se repite día a día una escena que para muchos es un sacrificio de aquel hombre o aquella mujer que no tuvo otra opción más que vender su cuerpo para sobrevivir o para sacar adelante a su familia.
Pero, para otros es una escena grotesca que debe ser más regularizada e incluso castigada, pues el Código Integral Penal no lo penaliza.
Esto porque afecta en gran medida la percepción de ese lugar ante los visitantes. Lo cierto es que, son miles de mujeres que caminan desde las ocho de la mañana con mirada firme y sonrisas coquetas intentando llamar la atención de los potenciales clientes. Al caminar su pensamiento es claro, conseguir más para comer o para sus hijos. Mientras sus altos tacones rozan el cruel pavimento cruzan una cartera por su hombro.
Hasta que por fin sucede, llega un hombre, al principio tímido pero que se acerca a su oído y en cuestión de segundos la negociación y posterior ‘venta’ se cumplen.
Ambos caminan hacia una sucia y vieja casa de varios pisos, que al parecer resulta ser un hostal, que en muchos casos se encuentra clausurado ante la ley, pero que no cierra sus puertas y trabaja en la clandestinidad llevándose tres dólares de los 13 que cuesta un servicio rápido de estas mujeres.
Mujeres, hombres e incluso transexuales, muchos organizados en sindicatos, luchan día a día para que sus derechos sean reconocidos, sobre todo para que su trabajo no sea un motivo de agresiones y para que se cumpla el objetivo principal de la Guía Nacional de Normas y Procedimientos de Atención Integral a Trabajadoras Sexuales, en donde se promueve la atención integral tomándolos como población vulnerable.