¡Grandes ojos abiertos en la sombra!: misteriosos búhos, mochuelos pequeñitos; el búho real, los búhos de nieve, árticos y tristes; los búhos de anteojos; las lechuzas de campanario cobijadas en viejas casas, establos ruinosos o torres de iglesias; los búhos terrestres, de nidos en el suelo. Los estigios, de lúgubre voz ‘infernal’ -‘charrear’ la llamaba fray Bernardino de Sahagún que refiere, suspenso por la coincidencia entre mitologías griega, romana y americana, “el mal agüero que tomaban las gentes del chillido de la lechuza, pues anunciaba que alguno de su casa había de morir o enfermar; si dos o tres veces charreaba allí, tenía por averiguado que había de ser verdadera su sospecha”, hasta el búho ladronzuelo de Antonio Machado: “Sobre el olivar / se vio a la lechuza / volar y volar / campo, campo, campo. / Entre los olivos / los cortijos blancos. // Por un ventanal / entró la lechuza / en la catedral. / San Cristobalón / la quiso espantar, / al ver que bebía / del velón de aceite / de Santa María. / La Virgen habló: / Déjala que beba / San Cristobalón // Sobre el olivar / se vio a la lechuza / volar y volar. / A Santa María / un ramito verde / volando traía”; todos, la lechuza agradecida y el búho moteado gozan de antigua, confusa tradición: lechuza, búho, mochuelo, autillo, de tamaño, envergadura, color y forma del plumaje distintos, lucen vivos en el Parque Cóndor de diecisiete hectáreas que, desde Curiloma tiene vista al Lago San Pablo, al Imbabura, a Cotacachi y Otavalo, a Agato y Peguche.
Sus gritos anuncian, al anochecer, el oscuro enigma de la vida.
Así, el vuelo de la lechuza de Minerva que evoca Hegel con antigua imagen, ‘se inicia al caer de la tarde’, cuando el crepúsculo se acerca a su ocaso.
“Afortunada imagen” respecto del papel de la filosofía, que, como toda imagen feliz, llegará al acabamiento de su significado, diluida en el lugar común. Mientras este no suceda, la lechuza de Minerva que no era lechuza, sino mochuelo, recuperada del olvido, seguirá anunciando el advenimiento de la pregunta que debe coronar toda actividad y pensamiento humanos, especialmente aquellos ligados a la perecedera suerte del poder.
Hegel sabía que la filosofía es un saber triste, un saber del acabamiento y del ‘después’; no, un saber del deseo ni de la esperanza. El pensamiento del fracaso, no el del triunfo… No nos extrañe que la pregunta del ocaso ejercida sobre cuanto es, resulte peligrosa, porque todo pensar genera crítica. Y de la crítica, de la cual tanto debemos aprender, que se acepta o se calla mientras dure el poder para silenciarla, de ese pensamiento posterior que lo anuncia todo, surgirá siempre un aterrador, aunque risible, san Cristobalón.