Vale la pena comentar sobre el secuestro de dos presidentes; el uno en Taura en una base aérea y el otro en un hospital de la Policía; el primero fuertemente custodiado por personal armado, incomunicado, o sea, impedido de recibir visitas de sus partidarios y de sus ministros, sin acceso a medios de comunicación; perdió temporalmente el poder y no pudo emitir el decreto de Estado de excepción para ordenar a las Fuerzas Armadas que le rescaten. Ningún ecuatoriano dudó de que estuvo secuestrado. El otro, exigió que le abran el candado para ingresar por propia voluntad al Hospital de la Policía, fue tratado con deferencia; tuvo acceso a teléfonos fijos y móviles; se desocupó un sector del hospital para su comodidad; recibió la visita de sus ministros y partidarios ; firmó el decreto de Estado de excepción para emplear las Fuerzas Armadas para asegurar su salida; siguió ejerciendo las funciones de máxima autoridad de las Fuerzas Armadas y de Mandatario. Este “secuestro” con características tan diferentes a lo conocido, podríamos llamarlo secuestro 5 estrellas, o secuestro VIP, o, para estar de acuerdo con el término que siempre utiliza el afectado, podríamos dejarlo como secuestro pelucón. La última palabra la tiene el Fiscal que hasta ahora no encuentra a ningún secuestrador.