Una salud pública eficiente, es decir, al menor coste puede convertirse en paranoia inútil y dañina del paciente, olvidando el principio “primun non nocere”, que plantea al menos, evitar hacer daño, sino puedes realizar el bien.
Existe una banalización de la atención, incluso el menosprecio al servicio médico. Un paciente consulta varias veces por el mismo caso en diversos servicios, aprovechando su gratuidad e incluso no acata las prescripciones clínicas. No obstante el sistema de salud pública impone máximo entre 15 a 20 minutos por paciente en consulta ambulatoria, sin importar si es por gripe o cáncer, deteriorando la relación médico paciente provocando síndrome de “burn out” en el personal sanitario.
Además, existe desproporción entre administradores y personal de atención directa. Aún pensamos que el número elevado de consultas puede enriquecernos en votos, sin percatarnos que solo podría indicar que estamos más enfermos. Los indicadores económicos son insuficientes en una materia tan delicada como la atención en salud.