Cuánto dolor causa observar cómo dejaron a Quito los manifestantes. Será posible que aquellas turbas valoren a la ciudad que cobija los ideales más sublimes de libertad, cuando un 10 de Agosto de 1809, los soñadores quiteños reunidos en la casa de Manuela Cañizares, junto a El Sagrario, proclamaron los principios independentistas, inspirados en la herencia excelsa dejada por Francisco Eugenio de Santacruz y Espejo, el “Duende de la Patria”.
Ahora, los manifestantes salieron a destruir, con el propósito de no dejar vestigios de su paso depredador en la Contraloría; incendiando un bien público para destruir testimonios que podrían condenar a quienes en su época estafaron a nuestra patria sangrante y dolorida. Maquiavélicas acciones que dejan una amarga lección escrita en la calle García Moreno con las piedras centenarias que fueron removidas para obstaculizar el tráfico.
Si quienes participaron en estas violentas acciones aspiran a ocupar alguna dignidad en la administración del Estado, se equivocaron porque el pueblo que realmente siente a nuestra franciscana ciudad será capaz de elegir a ciudadanos que estén dispuestos a servir a Quito, no a servirse de la capital. No es destruyendo los testimonios de una arquitectura inigualable, construida en la época colonial, reflejada en los templos de excepcional belleza como San Francisco, La Compañía, El Sagrario, la Catedral, la Merced, San Agustín, Santo Domingo, el Carmen Bajo y el Carmen Alto, entre otros bellísimos santuarios construidos con sangre, sudor y lágrimas, que forman parte de la herencia patrimonial dejada por artistas como Miguel de Santiago, Caspicara, Pampite entre otros artífices de templos, imágenes y esculturas, celosamente cuidados por un sinnúmero de órdenes religiosas que preservan hasta la actualidad, el testimonio del Quito milenario, ciudad que inspira a poetas y cantantes quienes dejaron la invalorable
herencia de producciones artísticas a través de la poesía y de la música expresadas en la cosmovisión andina, testimonio de una fe inalterable en los valores sembrados en la tierra de los Shyris, donde los colibríes encontraron sus nidos.
Ena Ruth Espín López