Como un infinito sembrío de brócolis, desde la serpenteante carretera se veían las milenarias montañas, apenas abandonaba el gélido Calacalí; enseguida el frío dejó la posta al tibio viento, el cual se transformó en calorcito mientras me aproximaba a mi caserío. Al arribar a Nanegal, los frondosos árboles sin trajes anti fluidos en sus troncos, me cobijaron con sus sombras; las altos bambúes sin gel antiséptico en sus hojas se agacharon, y me apretaron fuertemente entre sus ramas; los pájaros sin mascarillas en sus picos, me cantaron al oído un hermoso conciertillo; los ríos sin bandejas desinfectantes en su orillas,… me permitieron entrar hasta sus sanadoras pozas; y las sonoras cascadas sin visores en sus caídas de agua,… salpicaron de edificantes gotitas mi sudoroso rostro. Sin embargo al despertar, me encuentro nuevamente en la grisácea selva de hormigón,… ¡esa! …. de protocolos para respirar, de pisos desinfectados, de escondidas sonrisas, y de manos que ya no se abren para saludar.