Durante los dos primeros períodos de vigencia de la Asamblea Nacional, funcionó bajo la conveniencia de la dictadura correísta, que buscaba perennizarse en el poder. ¿O lo han olvidado algunos legisladores de la oposición que se oponen a la reestructuración de la Función Legislativa? Seguramente deben estar satisfechos con la ineficacia que han mostrado hasta aquí tanto la mayoría como la minoría legislativas.
Mientras la mayoría alzaba sumisamente las manos para aprobar sin chistar todas las “barbaridades” que le enviaba la dictadura y disponerle que no fiscalice, la minoría desorientada, sin ideas, quejándose de que en semejante escenario era imposible sacar adelante ninguna iniciativa. Y si hoy la oposición está saliendo del pánico al que la sometió el correato -desde luego, que ha habido diputados valientes que se enfrentaron a la dictadura- es porque a la mayoría “alza manos” se le cayó la estantería.
La Asamblea Nacional -que en el futuro debe volver a llamarse Congreso Nacional, pero con dos cámaras como funciona en la mayoría de las democracias estables del mundo- debe reformar la Ley y el reglamento con los que funciona y que fueron aprobadas en el nefasto “congresillo” del ‘Corcho’ Cordero. Y que fue parte de la tramoya elaborada en la Constituyente de Montecristi para acabar con el Estado de Derecho: resultado, la monumental corrupción, abuso del poder, despilfarro, obras a medio hacer y todas con fallas. La Asamblea debe desmontar toda esa telaraña jurídica montada por el correato para perennizarse en el poder.