Desde hace dos mil años existe la Iglesia. Desde ese tiempo ha tenido enemigos. Constantemente ha sido atacada por filosofías, sectores, gobernantes que no han tenido la suficiente capacidad de razonar o han tenido miedo del poder de la fe.
El oscurantismo, el relativismo intelectual, el agnosticismo o “ateísmo práctico” (como lo llamaba Juan Pablo II), el marxismo, el izquierdismo socialista, el laicismo excluyente, la “nueva era”, en fin, docenas de opuestos a que la dimensión común de la religión exista en la sociedad humana.
Ahora nos llega “la ley de cultos” (así con minúsculas), como un proyecto tan fuera de juicio, que parece increíble que un Estado pensante lo haya presentado. Estamos atentos a que se insista enviar al Congreso este infundio.