Quito y la feria taurina

En diciembre, es irreparable sentir una profunda nostalgia por las fiestas de Quito. Soy ingenuamente optimista y pienso que el futuro cambiará. Pero por ahora la realidad es que mis hijos se criarán en un mundo sin corridas de toros. Para mí, la tauromaquia no solo representa el espectáculo de dos horas, sino un sinfín de sensaciones, de momentos de instantes, de felicidad que se propaga a lo largo del tiempo. Los toros son arte, espíritu, música, imágenes, olores, sentimientos. Son la sinrazón; son alimento para el alma. Representan la vida misma y nos enseñan valores importantes para vivir. Las corridas de toros incrustan durante dos horas toda una vida del mundo rural en el mundo urbano, y eso le hace mucho bien a la sociedad.

Leía un articulo fechado en noviembre del 2012, en donde me suenan ilusas las palabras de Juan Esteban Guarderas, quien no solo festeja la suspensión de la Feria de Quito Jesús del Gran Poder, sino además banaliza su argumento afirmando que es heredero de una estirpe taurina. Su “evolución” la justifica como fruto de la razón. Pues justamente en aquello radica el problema. Los toros representan la sinrazón. Así como el sueño es necesario para la vigilia, la noche al día, el caos al orden, la sinrazón es necesaria para equilibrar a la razón. El secreto, en todo, esta en el equilibrio. Es por eso que existe el fútbol, la sinrazón más popular, la ilusión que la gente necesita para sobrevivir al mundo racional (usualmente el del trabajo). Desde mi punto de vista me resulta completamente absurdo que se paguen millones por el “pase” de un jugador de futbol, cuando hay gente que injustamente se muere del hambre o no puede pagar las medicinas que necesita. Sin embargo, esto es algo que socialmente no se cuestiona porque el futbol alimenta almas.

Otro de los argumentos que utiliza Guarderas que también llama mi atención es que “la corrida de toros es incompatible con la concepción contemporánea de arte. La expresión artística es un medio de desahogo a través de la ficción.” Me parece que tiene mucho coraje para determinar en términos absolutos lo que es una expresión artística y que solo pueda ser realizada a través de la ficción. Según su argumento, entendería que documentales como “Con mi corazón en Yambo” no serían expresiones artísticas.

Lo más irónico es que lo que muchos antitaurinos intentan defender es lo que el mundo de los toros en si representa: una vida más natural, más pura. Que no nos alimentemos de productos creados en serie, por industrias manejadas por monopolios económicos, sino que vivíamos en un mundo más rural. Y en esa ruralidad radica la riqueza de los toros, una expresión artística de sentimientos puros y cargados de sinrazón.

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