Frecuentemente pasaba por Ponciano y lo que había allí era un horrible barranco. Años más tarde, pasé por el mismo lugar y lo que vi fue algo imponente y hermoso: el estadio “Casa Blanca”. Y poco después, José, mi primer nietecito, fue inscrito en la Escuela de Fútbol de Liga. Un día lo acompañé a su entrenamiento, no conocía dónde se impartían las clases. Cuando llegamos, no podía creer lo que estaba viendo. Las canchas de la escuela de fútbol estaban en pleno sector de La Carolina en las avenidas Eloy Alfaro y República, donde están los terrenos más cotizados de la capital. Y, fue la sorpresa aún más grande cuando entré al magnífico estadio. Y tuve otra gran sorpresa al ver el gran complejo de Pomasqui. Viendo esas cosas no pude menos que exclamar, ¡qué buenos ecuatorianos los que hicieron esto! ¡Qué bueno que hayan dirigentes honrados, honestos y patriotas que trabajen desinteresadamente en bien de un equipo de fútbol, y sin plata del Estado!. Y me sorprendí, porque yo había visto por otro lado, que ciertos dirigentes provinciales, cuando llevaban a un equipo a jugar en la otra isla, lo primero que hacían era embarcar a las esposas y a los hijos, hasta a la cocinera, pues había transporte, comida y hospedaje gratuitos. Felizmente, no eran todos para confirmar la regla.
Me pregunto: ¿por qué razón, personas ajenas tienen que ordenarme quién entra o sale de mi casa propia? ¿Por qué no aprenden de Liga y hacen sus propios estadios? ¿Por qué los dirigentes no son emprendedores? ¿Por qué estos equipos tienen que vivir extendiendo la escudilla mendicante para que les den la caridad para sobrevivir? ¿Y por qué ciertos dirigentes son generosos con plata ajena? Un amigo isleño me decía, refiriéndose a sus hijos: “¡Yo no los voy a dejar plata pero sí una buena educación y si quieren tener plata que trabajen, ajo!