Veo con mucho entusiasmo que el nuevo Comandante de la Policía quiere lavar la cara de la institución. Es encomiable. Pero hay que ver con valentía dónde radica el problema.
En gran parte en la calidad moral de sus miembros y en otra quizás menor, en la presión constante a la que son sometidos los policías de todo rango, por parte de crimen organizado y del concepto corrupto arraigado en el comportamiento ciudadano.
Cuando se comete una infracción de tránsito, por ejemplo, la primera reacción es ofrecerle plata al chapita, que en la mayoría de los casos acepta. Esto se llama corrupción.
Cómo será la tentación en miles de dólares de narcotráfico, del terrorismo internacional, de las mafias de la cocaína que compran conciencias para sus fines mediáticos.
Por estas razones le recomiendo al novísimo Jefe de la institución que vea la forma de moralizar el comportamiento civil del policía, con medios profesionales y si se quiere religiosos, para que no sigan coadyuvando la corrupción.
Asimismo, que revisen las necesidades personales del policía y las económicas, para que no tengan que estar esperanzados en lo que caiga hoy en la esquina de esa calle donde se pesca infractores. Que el personal de la Policía se sienta orgulloso de pertenecer a su cuerpo colegiado y que se convierta en el medio para enseñar a la ciudadanía a tener un comportamiento correcto. Suerte señor Comandante.