Una justa como legítima aspiración del gran electorado, es que los candidatos a la Presidencia, anteponiendo soberbias, temores y hasta ciertas limitaciones, se pongan de acuerdo de manera civilizada para que debatan sobre temas de vital y trascendental importancia para la supervivencia de la democracia, la que anhelamos con síntomas de auténtica y verdadera madurez.
Foros de debates donde se expongan asuntos como el combate a la inseguridad y delincuencia; una lucha eficaz y permanente contra el desempleo; contra el hambre y la miseria; contra la corrupción tan agobiante; la administración de justicia que sea transparente, sin favoritismos para nadie por poderosos que sean, respetando la independencia de poderes; que los medios difundan libre y democráticamente todo lo que concierne al quehacer político, económico y social y que no sean objeto de persecución con reacciones virulentas cuando ciertos comentarios no son “agradables a sus oídos”.
Debates serios y frontales, no los monólogos sabatinos, antidemocráticos y carentes de ética, en donde se ataca al que piensa y discrepa de forma diferente.
Debates que orienten a la ciudadanía para que elija al de mejores propuestas e ideas claras y no a charlatanes y demagogos. ¡Tenemos una democracia, aparentemente, pero que no la destruyan los actuales responsables!