Una vida consagrada al servicio, es así cómo describiría mi tía, Olga Vallejo Recalde, cuya reciente pérdida no solo enluta a una familia, sino a toda la clase médica ecuatoriana.
Desde muy joven supo abrirse camino en la vida, inicialmente ganando una beca en el Colegio Americano de Quito, luego cursando sus estudios profesionales en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Central del Ecuador, para luego aventurarse en tierras extranjeras en un campo dominado exclusivamente por hombres, la traumatología, obteniendo con grandes honores el título de traumatóloga pediatra en el Hospital Ricardo Gutiérrez de la ciudad de Buenos Aires, siendo la primera mujer en ejercicio en este campo en nuestro país.
De regreso al Ecuador, fundó el servicio de traumatología pediátrica del Hospital Eugenio Espejo de Quito, lugar al que consideraba su hogar, lugar donde desarrolló toda su vida profesional al servicio de los niños más necesitados del país y donde forjó amistades entrañables que compartieron sus altos ideales profesionales, éticos y de vocación de servicio.
Pero estos logros profesionales solo son una parte de lo que ella verdaderamente representa, esta pequeña mujer de voluntad de hierro, supo ser un ejemplo y apoyo para otras mujeres que se aventuraban en la profesión médica, formó muchos especialistas en traumatología, contribuyendo así a la equidad de género y a la salud pública en sí misma.
Fue una incansable luchadora de los derechos de los pacientes y de los trabajadores de la salud, su activismo político en este campo inspiró a generaciones enteras de médicos. Mi tía no tuvo hijos, consagró su vida entera al servicio de la gente, nunca estuvo arrepentida de ello y tampoco esperó retribución alguna por haber contribuido a mejorar nuestra sociedad. Su vida se extinguió un día sábado a los 87 años de edad, y hasta ese fatídico día, estuvo ayudando a mejorar la vida de las personas.