Hace semanas, como es común en sociedades latinoamericanas, particularmente aquellas barrocas y macondianas, que orbitan pesadamente alrededor de un denso pasado, se ha intentado eliminar condiciones universales y necesarias para la calidad académica y científica de las instituciones de educación superior (IES). Hay quienes desaprueban la exclusividad del PhD para ser rector. Los debates se encendieron, los argumentos surgían de las más diversas posiciones, incluyendo aquellas del postmodernismo. “No hay verdades, tan solo interpretaciones” dice el postmodernista; pero tal argumento, según Daniel Dennett, ha resultado en generaciones de académicos en las humanidades con profunda desconfianza de la evidencia y actividad científica. Si el PhD es un título eminentemente académico y científico, fundamentado en las bases sociales que hacen de “Occidente” una fortaleza cultural y económica (aquí incluir a Japón, República de Corea y otros poderíos asiáticos), entonces resulta natural que el postmodernismo exprese su resentimiento frente a tal título y quienes lo ostentan. El conocimiento es de las sociedades que lo cultivan, dominan y traducen en bienestar y riqueza. Latinoamérica, en especial Ecuador, han fracasado en ese aspecto. De allí buena parte de nuestra pobreza y miseria. Mientras tanto, la proteómica, inteligencia artificial, big data, medicina personalizada, tecnología espacial, productos todos de “Occidente” seguirán generando riqueza, incluso para quienes los resienten.