En el Imperio Romano, durante un extenso período, se designaba emperador vitalicio a los individuos que por sangre debían heredar el poder. El Senado, cuyos miembros eran en su mayoría elegidos de la misma manera, era el que “votaba” para ratificarlo.
Muchos de los Césares no gustaban de las pocas y tímidas posturas de desobediencia que de vez en cuando tenían los miembros del otro poder. Para demostrar su autoridad, uno de ellos -y no creo que se haya repetido en la historia del mundo- exigió nombrar a su equino favorito senador de la República.
Al grito de ¡Ave César! sus miembros aceptaron a Impetuoso. El novísimo en su curul disfrutaba del pasto enviado, como lo hacían sus mansos compañeros de un pobre poder de la Roma de los Césares.