Epicuro decía: hay placeres del alma y placeres del cuerpo. A los primeros que son superiores, duraderos y calman dolores, pertenecen la escritura, la pintura, la música…, y a los segundos, el fútbol; sin embargo este espléndido juego si lo practicamos en el amanecer de los cincuenta, mientras nos aprestamos a inscribirnos en la escuela de la sabiduría, pasa a ser también un placer del alma, por que atrás quedó esa atmósfera futbolera enrarecida de bajas pasiones, y a las cuales siendo parvos nos entregábamos cándidamente. Cuando en el escenario donde se juega el atractivo balompié, como si de una hoja en blanco o un artístico lienzo se tratase, escuchamos decir, un pase entre lineas, el esférico hizo una parábola, una pincelada, un poema de gol o una pinturita, pensamos que se puede pintar… o escribir con los pies, y es que existe una similitud entre la inmortal tinta que eterniza celebres pensamientos, el artístico pincel que retrata sonrisas, auroras, atardeceres…, y la mágica redondez de la pelota, que se desliza sutilmente dibujando una poesía en lo verde del gramado.