Existen muchos hechos que se pueden calificar como azotes y que pueden afectar a una sociedad. Que constituyen una desgracia por los perniciosos efectos sobre la misma.
Los peores, sin embargo, y, a mi juicio, son aquellos que dejan huellas indelebles, que perduran con el tiempo y que sus efectos son patentes en el diario convivir de los pueblos. Podemos clasificar entre estos, por lo menos a tres, por sus características generales:
La mediocridad: se manifiesta en decisiones mal tomadas, costosas para la sociedad, retardatarias de las obras y acciones que de ser bien tomadas beneficiarían a toda la población. No para allí, también se manifiesta en vanidades, pequeñeces mentales, auto calificativos exuberantes, alabanzas a sí mismo o de los adláteres a sus jefes, engrandecimiento de obras innecesarias o mal hechas. Enaltecimiento de títulos profesionales en lugar de enaltecer conocimientos, y así por el estilo, con expresiones como: “yo tengo tales títulos”, si de algo sé es de…” y así por el estilo.
El autoritarismo: de cierta manera una consecuencia de la mediocridad, los mediocres tratan de imponer sus ideas por la fuerza y a través de cuerpos legales, que por poco entendimiento de la mayoría del pueblo, sirven solamente para beneficiar a la mediocridad. Ideologizan conceptos para disfrazar su falta de calidad humana, y, luego ponen a su servicio a otras funciones del estado, para asegurarse que nadie los critique, que no se ponga en evidencia su mediocridad y que se imponga su voluntad en todos los ámbitos. El placer de sentirse odiado es propio de la mediocridad. Quien se afana en hacerse temer, termina haciéndose odiar.
La corrupción: es la consecuencia de los dos azotes anteriores. Los mediocres y los autoritarios se creen fuera del alcance de la ley, se creen por encima del pueblo, menosprecian la capacidad de percatarse de actos corruptos de los demás, por eso actúan descaradamente, de manera burda, y se creen, gracias a su mediocridad y empujados por el autoritarismo, superiores al pueblo. Sus actos corruptos desbordan cualquier imaginación, pues ellos viven en el cielo de la iluminación, según ellos, nadie puede darse cuenta de lo que hacen, y, cuando sus actos salen a la luz, se declaran perseguidos políticos. Acabo de leer declaraciones de Salvador Quishpe, quien sostiene en redes sociales, que le pidieron amnistía Para Jorge G., a cambio de apoyo para la Presidencia del Congreso. Una clara demostración del nivel moral de un grupo político que, durante diez años, hizo y deshizo con otras funciones, colocó un Contralor 100/100 que hoy está prófugo de la justicia, nombró fiscales igual 100/100 cuyas actuaciones no llegan ni a los talones de la Fiscal que su líder llama Fiscal 10/20.
Los tres azotes antes detallados los vivimos durante una década y media, y, hoy se quiere perpetuar a través de un grupo de asambleístas, que de manera burda negocian, a cambio de votos, un atropello a la credibilidad del pueblo. Si queremos cambiar el Ecuador, debemos centrarnos en erradicar, de raíz, estos males, diciendo no a prácticas que demuestran el apego a prácticas de azote implacable a la esencia misma de la libertad.