Es ampliamente conocida la fábula del Pastor y el Lobo atribuida a Esopo y la reflexión sobre la importancia de decir la verdad es indudable; sin embargo, a lo largo del tiempo la humanidad y de manera especial la clase gobernante, ha preferido comunicarse con una manera de engaño más sutil: las verdades a medias, la indefinida verdad relativa y la acusación de mentiroso al que piense diferente o diga lo contrario.
En el Ecuador actual es poco apreciada la moraleja de la fábula y constantemente escuchamos la calificación de mentiroso pronunciada por todos los integrantes del gobierno al: analista económico “oportunista”, opositor político “neoliberal” o audaz ciudadano, que se atreve a afirmar que el país está en crisis, o los burócratas están realizando campaña política con recursos del estado, para citar dos casos últimos; con una sola diferencia entre los funcionarios, la severidad y convencimiento, atributo de las autoridades de mayor rango y la repetición de los obsecuentes colaboradores secundarios.
La intención de esta nota, no es hablar sobre estos dos hechos nombrados y muchos otros similares, sino reflexionar sobre la valiosa enseñanza de la fábula: cuanto tiempo los ciudadanos de Ecuador continuarán escuchando y creyendo las venturosas afirmaciones del gobierno alejadas de la realidad, o la advertencia de: “si me siguen molestando me lanzo de candidato”, que nos recuerda la alarma del pastor de Esopo, que anunciaba la llegada del Lobo, o será que en nuestra fábula los ciudadanos se cansarán, o a lo mejor ya están, de tanto “bienestar” que no lo sienten y no escucharán los llamados del pastor, que finalmente quedará abandonado y al igual que en la fábula de Esopo será devorado, con la diferencia de que en esta historia el Pastor y el Lobo son el mismo personaje.