A estas alturas, como no puede ser de otro modo, los únicos que defienden al Presidente son sus partidarios. Ellos no ven o no quieren ver ni los hechos ni sus consecuencias, peor sus connotaciones e impiden la fiscalización, los enjuiciamientos, las investigaciones, etc. Y ponen el pecho en la defensa. Pero esta depende del tipo de partidario: la mayoría son invisibles, anónimos, acuden a las marchas, sirven casi exclusivamente para esto porque su mayor aporte es “ser votos”, tal como antes; una minoría de invisibles lo son porque no quieren ser vistos, generalmente viven tras bastidores.
Otros, son los visibles; aparecen en los medios o en foros, hacen esfuerzos porque en cada aparición quede perfectamente evidenciada su sumisión, obediencia y “fidelidad”. A la par, hay los que creen, tienen fe, están “convencidos” y alimentan todos los días su autoengaño de que están camino a una revolución -como habían creído- o que, al menos, esto es distinto a lo que hubo en el pasado; y, finalmente, están los vivos cuya defensa es inversamente proporcional a los escrúpulos y a su voracidad y astucia porque son los que, más que defenderlo, defienden su troncha, sus negocios, su propio interés.
A todos ellos los vimos antes y ahora. Sobre todo los vivos estuvieron defendiendo a otros regímenes y suelen ser los que muestran perspicacia y agilidad para moverse en el escenario político. Ya veremos qué ocurre en los próximos días y no será ninguna sorpresa que, viéndose como los únicos defensores de esta etapa, migren hacia otros partidos o movimientos. Lo peor será que habrá quienes los consientan. Pero quedamos advertidos.