Los pateadores de pelota ganan cifras de dinero que podrían llamarse obscenas en el contexto de la vida cotidiana de un ciudadano promedio. Ganar o perder un partido o campeonato no significa nada en el futuro de las naciones.
Es una nube de humo, llena de pasiones y sentimientos que en el contexto de lo real y concreto son absurdos. El negocio del fútbol ha sabido explotar los atavismos humanos del tribalismo, identidad de grupo, competitividad y violencia para empoderar económicamente a un grupo de personas, cuyas acciones no trascienden más allá de la fantasía y otras visiones humanas intrascendentes. Lo que no es irreal son los inmensos recursos económicos mal gastados en estos templos a la credulidad y superficialidad humana llamados estadios. Pero más absurdo aún son las muertes de humildes albañiles y constructores en obras de infraestructura relacionadas a estas expresiones de la irracionalidad humana.