Durante la década de gobierno de la revolución ciudadana, fuimos testigos de mucho alarde de “valentía” de algunos de sus dirigentes:
Presidente que correteaba a quienes le hacían señas o le gritaban cosas que no eran de su agrado, que insultaba a damas que lo criticaban o que le preguntaban temas incómodos, que invitaba a batirse a puñete limpio a sus críticos políticos, y muchas manifestaciones más, que eran hechas siempre al amparo de un pelotón de guardaespaldas costeados con el dinero del pueblo. Sin embargo, al momento de hacerse realidad situaciones incómodas, como cuando un periodista, físicamente de menor envergadura que él, lo enfrentó en Bélgica, lo primero que hizo fue llamar a los guardaespaldas. ¡Vaya valentía!
Hoy, luego de que escuchamos al señor Ricardo Patiño en su instigación (perdón, exhorto) a un grupo de simpatizantes, para tomarse las instituciones, cerrar los caminos, gritar a voz en cuello: “Que me metan preso, carajo, no les tengo miedo”, resulta que al momento de enfrentar la audiencia donde se iba a decidir si se lo ponía en la cárcel o no, puso pies en polvorosa, y huyó, de manera subrepticia.
No parece ser el mejor ejemplo de valentía para sus coidearios, ni tampoco para las juventudes ecuatorianas, por mucho que hoy salgan sus adláteres a buscar justificativos infantiles de su huida.
Pregunto, si están conscientes de sus temores, ¿por qué se empeñan en mostrar, mentirosamente, una cara de valientes?