Desde hace algunos años, comenzó a surgir una tendencia que invitaba a los padres a que no vacunaran sus hijos. Debido a que en muchos países las vacunas son un derecho, más no una obligación, los padres deciden arbitrariamente sobre la salud de sus hijos.
Las vacunas son preparaciones destinadas a generar inmunidad contra una enfermedad estimulando la producción de anticuerpos. A nivel individual, buscan prevenir enfermedades contagiosas; mientras que colectivamente buscan evitar el contagio de la sociedad para prevenir nuevos brotes de enfermedades como: poliomielitis, sarampión, tosferina, influenza, entre otras, que a pesar de haberse erradicado en algunos países, reaparecieron brotes durante los últimos años.
El movimiento anti vacunas tomó fuerza a partir de 1998, cuando en la reconocida revista The Lancet se publicó un estudio del británico Andrew Wakefield, en el que relaciona a una vacuna -que se administra contra el sarampión, la parotiditis y la rubeola- con el autismo. Tras una década la revista quitó el artículo debido a que en las pruebas se encontró un error. La tesis del artículo quedó desacreditada y la licencia de Wakefield revocada. A pesar de esto, el movimiento continuó proclamando sus ideales escudándose tras una religión inflexible, derechos individuales o incluso por desfavorecer a las grandes industrias farmacéuticas. Los padres justifican su decisión alegando que los niños pueden así desarrollar defensas propias, a pesar de la existencia de estudios que ponen en conocimiento los riesgos al no vacunarse.