Un pecador en La Ruta de las Iglesias

Esta competencia la relacioné con mi vida: partió de las estribaciones del Quito antiguo, el Colegio Mejía y la Basílica; las cuestas y bajadas empedradas de la niñez y juventud, hoy asfaltadas; el corsi recorsi de la existencia.

La Merced, la patrona de la milicia. San Francisco, donde niño imaginaba la última piedra que salvó a Cantuña ; al trote, recibí - humilde pecador arrepentido - la bendición de un cura franciscano; recordé la ventana de San Diego por donde se escapaba a esas horas el Padre Almeida, (hasta la vuelta de unos añitos más Señor, musité).

En Santo Domingo añoré el desaparecido bar Palatino y los brindis de subteniente.

En San Agustín, devotamente repetí su oración: Dios mío, hazme bueno, pero todavía no.

La última cuesta a la iglesia de San Blas, donde me case años ha. La plana recta final del Quito moderno; el camino sosegado de la madurez y la vejez.

El remate y la meta con esa sensación tan nuestra de los atletas de fondo.

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