El político debe pensar en gobernar el Estado con: sabiduría, principalmente en la toma de decisiones en la conducción de la ciudadanía hacia el desarrollo mediante la eficiente administración de los recursos con los que dispone para el efecto; y prudencia, para determinar el momento y la situación adecuada para la aplicación de tales decisiones, evitando que generen inconvenientes o daños. En pocas palabras, liderar el Estado bajo la bandera de la razón y la virtud, que señalaba Platón.
El político, de igual forma, debe pensar que al momento de gobernar el Estado; debe mostrar preocupación por la salud y bienestar de los mandantes, ya que ellos son su soporte, ellos depositaron su confianza en él para que los lidere y los mismos pueden derrocarlo si fracasa. Por tal motivo, a ellos el político debe cumplir sus exigencias, aceptar sus demandas, librarles de todo acto que promueva su corrupción o envilecimiento, demostrarles con el ejemplo el camino de la rectitud, siendo integro, justo, ecuánime, modesto y condescendiente con ellos; tal y como lo exhorta el eminente filosofo chino Lao Tsé en su obra Tao Te Ching.
A ello, el político debe pensar no solo en cumplir los parámetros del ordenamiento jurídico, sino conocer las opiniones, criticas u observaciones que tengan los diferentes sectores y grupos sociales que compone la población sobre la cual gobierna, para realizar una excelente gestión que garantice su bienestar. El político debe pensar en manejar estas indicaciones sin caer en la megalomanía, el autoritarismo, la vanidad, la ineptitud, el encubrimiento de la corrupción o cualquier forma de degeneración que distancien al Estado del modelo ideal; reivindicando con ello los aportes que el filósofo árabe Al-Farabi desarrollo en sus obras como “La Ciudad Ideal”.