Triste realidad la que vive el mundo este año en las celebraciones navideñas: muerte, amenaza de contagio, confinamiento, desempleo, dolor en aquellos que perdieron sus seres queridos a causa de la pandemia.
El año anterior, por estas fechas, todo era alegría al interior de cada hogar. Los planes para la cena de noche buena estaban en marcha; los regalos para agasajar a familiares y amigos ya se habían adquirido; nuestra mejor sonrisa para compartir paz y amor con el prójimo se reflejaba espontáneamente.
Pero todo cambió de repente. El virus mortal entró en escena y nos recordó que no es bueno jugar a ser Dios; que tanta ciencia empleada para llegar a la luna y otros planetas, hoy en día no sirve de nada, si no contamos con la cura para la pandemia, el SIDA, el cáncer, entre otras enfermedades; que no hay peor dinero gastado que el que se destina para comprar armamento, cuando el hambre mata a niños inocentes.
Es hora de volver los ojos a aquel Niño cuyo nacimiento recordamos en estos días, para, dejando de lado el consumismo y el ego, pedirle se apiade de la humanidad y nos libre no sólo del coronavirus, ya que la corrupción, el egoísmo, la maldad y otras formas de miseria espiritual nos siguen atormentando.