Actualmente tiendo a confiar en fiscales y jueces que investigan determinados actos de ex funcionarios públicos, no sólo en el Ecuador. He visto cómo el cuñado del rey de España entraba a prisión. También en ese país observé cómo sentenciaban a muchos años de cárcel a miembros del Partido Popular que gobernaba en ese momento, lo cual costó el cargo al presidente Rajoy. Hemos mirado al expresidente Martinelli llegar esposado a Panamá. También sabemos que están en prisión dos ex presidentes centroamericanos. Todos ellos pertenecen a la tendencia de la derecha.
Excepto Lula, en Brasil, y Jorge Glas, en el Ecuador, no hay en la actualidad más presos entre los ex gobernantes de izquierda, por lo menos en América Latina. Entonces, me pregunto: ¿por qué creer que siempre la justicia persigue a los líderes de esta corriente? Personalmente me identifico con ella, pues quisiera que desaparezca la pobreza y considero que la intervención del Estado es indispensable para equilibrar desigualdades sociales. Sin embargo, no me parece correcto que algunos grupos autodenominados de izquierda digan que la justicia sólo persigue a los líderes de esta tendencia. Así se pretende hacer creer que se les investiga porque han combatido la desigualdad social, cuando se lo hace por actos en el ejercicio del gobierno.
La anterior reflexión me lleva a aumentar un rasgo fundamental en el pensamiento de izquierda: el control de los funcionarios públicos por parte de la gente común. Es decir, el militante de esta ideología debe colocarse siempre del lado de los que no tienen poder. Es innegable que hay fuerzas económicas, pero también el ejercicio político provee de mucho poder. Por eso, una izquierda coherente no debe solapar el proceder de los caudillos, como si fueran perfectos. En este control de los gobernantes el periodismo juega un papel clave. Puede ser a veces instrumento de fuerzas económicas, pero que una autoridad descalifique a la prensa siempre, es un mecanismo de auto-defensa.
Por cierto, el ex presidente Correa no debería esperar un tratamiento privilegiado de la justicia. Debería reconocer que ejerció el poder confrontando y hasta irrespetando en forma exagerada, por lo cual produjo resentimiento. La lección para todo gobernante es que gobierne, no sólo con honestidad en el manejo de los recursos públicos, sino también con humildad y tolerancia a sus adversarios.