Lo menos que podemos sentir muchos ecuatorianos en tiempo de elecciones, es esa impotencia contenida de observar cómo esos políticos inescrupulosos se las ingenian para formar “alianzas” inverosímiles, o tratar de perennizarse por toda una vida, con el solo afán de sorprender a incautos y una vez más demostrar esa obsesión compulsiva por llegar o mantenerse en el poder a como dé lugar. Muchas veces con esos discursos fatuos y banales, llenos de demagogia y alejados de la coherencia, el sentido común y sobre todo sin ningún viso de objetividad y confianza para esa población que desespera porque al fin pudiera aparecer alguien que merezca la confianza y la esperanza de un verdadero cambio duradero y beneficioso para todos los ecuatorianos sin distingo de bandera ni color político (como ha sido la tónica habitual desde hace décadas hasta la presente), lo que hemos vivido de tiempo en tiempo es la misma enfermedad con diferentes actores, muchos de ellos replicando por cien los errores del pasado, que condenaban y satanizaban, sorprendiendo al vulgo de que hay un cambio de época.