Antes, escribir en las paredes de los edificios era catalogado como una grave falta y se nos educó en el convencimiento de que ¨la muralla es el papel de la canalla¨.
Pasaron los tiempos y de repente empezaron a aparecer frases y leyendas en paredes de edificios públicos y privados. Fueron escritores de medios de comunicación pública que comenzaron a escribir loas y alabanzas a ciertos “grafitis” escritos en las paredes que, no había duda si mostraba ingenio en su contenido. Así, con la aprobación explícita de estos periodistas, los grafiteros se desbocaron y muros, hasta los de iglesias venerables de nuestra capital sirvieron para pintarrajear sus frustraciones.
Ahora vemos los resultados, hasta en los vagones nuevos del metro de Quito, que aún no circulan, las bandas grafiteras, que en el fondo muestran sus complejos de inferioridad, de venganza contra la sociedad, sacan sus bajos instintos y de nuevo demuestran su odio a la sociedad, que por su lado anhela progresar, avanzar.