El 1 de junio asistí como estudiante universitario -no soy alumno de la Universidad Andina- a cumplir, a desgano, una tarea impuesta por un profesor, consistente en redactar una nota ‘contrastada’ del acto en que Enrique Ayala Mora iba a contestar el pedido público de decenas de personajes… para que acepte la candidatura a la Presidencia de la República.
Las palabras de Ayala Mora modificaron mi ánimo, así como las del maestro Marco Antonio Rodríguez. Nada de insultos, ofensas, mofas, humillaciones a los que nos tiene ‘acostumbrados’ el actual Presidente. Ideas. Respuestas. Palabras de personalidades brillantes, honestas, valerosas, sencillas.
En lo medular, Ayala Mora dio una lección de cómo se puede dignificar la política. Que la tarima, la burla y los políticos dueños de la verdad son un mal que no merece nuestro pueblo. Diálogo abierto a todos los actores políticos. Nombró a Jaime Nebot, a Guillermo Lasso y a Lenin Moreno para llegar a acuerdos urgentes. Nada de canibalismo, groserías, ultrajes o venganzas. Él se debe a un colectivo político que, declaró, decidirá si es o no candidato a la Presidencia de la República, y que sus principios éticos le impiden aceptar la propuesta.
En grandes líneas, expuso ‘ejes para salir de la crisis’ e insistió que es hora de la unidad mediante el diálogo. Impulsar el Gran Acuerdo Nacional que viabilice una Asamblea Constituyente -sin cerrarse a otra clase de propuestas-, que permita reformar la parte dogmática de la Constitución de Montecristi que -según sus autores- iba a durar 300 años, pero que ha sido manipulada como le ha venido en gana al actual gobernante, con la venia de una Asamblea Nacional que pasará a la historia como una vergüenza. El ‘estadista,’ que dijo Rodríguez en su intervención ve en Enrique Ayala Mora, se mostró de cuerpo entero.