Más allá de los resultados de las elecciones seccionales del 24 de marzo y con serios cuestionamientos en algunos casos, es imperativo iniciar una total transformación en el sistema electoral. La proliferación de movimientos y partidos políticos, no se justifica en un país pequeño en superficie, pero grande en soberanía y libertades democráticas, como el nuestro.
Con cifras tan alarmantes, como son 280 entre movimientos y partidos y más de 80 000 candidatos para esta última contienda, es distorsionar la esencia del sufragio y su verdadero significado.
Frente a una tendencia casa vez más creciente de los infaltables oportunistas y figuretes, cuyo aporte cívico e intelectual es totalmente nulo, tiene que llevarse a cabo un proceso de reforma profunda, severa, crítica, sin apasionamientos ni banderías políticas, del Código de la Democracia, como lo han expresado varias autoridades en esta materia. En consecuencia, se debe proceder con más seriedad y sentido de patria.
Los que quedaron al margen y sin posibilidad alguna de sobrevivir para futuras justas electorales, ¿van a seguir con el mismo jueguito? Las impávidas e improvisadas autoridades del CNE, ¿qué medidas tomarán? Y para los noveleros de siempre, ¿les quedará suficiente oxígeno para otras batallas electorales?