Tal como un cuchillo una palabra puede ahondar en lo más profundo de un ser y herirlo. La mentalidad humana por lo usual tiende a fijarse y quejarse de lo malo sin resaltar lo bueno.
En esos casos se hace necesario ofrecer disculpas cuando el sentimiento gana a la razón y las palabras son ofensivas, como en mi carta: “Solca es vida, pero no hay vida sin alegría” y entonces llamo a la memoria las palabras de mi padre expresadas en este mismo medio de gratitud a esa institución, pero más aún ahora a aquellas personas que a más de cumplir sus deberes lo hacen con agrado y vocación.