Momentos duros ha provocado el aparecimiento de la pandemia denominada corona virus (covid-19) con sus expectativas inciertas sobre su culminación, saber si existe un tratamiento específico y contundente, una vacuna que preserve futuras contaminaciones, en fin angustia y temor a nivel nacional y mundial. Aunado a aquello se produce el descalabro económico, la falta de recursos de los gobiernos para combatir este mal, el desempleo, la desocupación, la hambruna que se advierte por doquier y además, particularmente en nuestro país el diario y permanente circular de noticias de los innumerables casos de corrupción, que realmente alarman y preocupan.
Todo esto invita a un acto de reflexión interior y llegar a pensar que estamos viviendo una crisis existencial, pues no existe un sendero preciso a seguir, todos andamos encerrados, muertos de miedo y de temor, sin encontrar vías de solución; quizás nos refugiamos en un trascender espiritual de dejar en manos de un Dios que nos conduzca y nos lleve a un remanso de paz y de tranquilidad y eso lo podemos lograr si perseveramos en acrecentar nuestra fe y no perder el optimismo y el deseo de salir de este atolladero.
Son momentos de meditación sobre nuestra trascendencia en este mundo, no sabemos qué podemos dejar de legado a las nuevas generaciones ante esta crisis existencial que vivimos y recorriendo lecturas y autores encuentro este pensamiento atribuido a Stanley Kubrick (director y productor de cine), que valdría la pena transcribirlo: “Si el hombre simplemente se sentara y pensara en su fin inmediato y en su horrible insignificancia y soledad en el cosmos, seguramente se volvería loco, o sucumbiría a un entumecedor o soporífero sentido de inutilidad. Porque, podría preguntarse: ¿por qué debería molestarme en escribir una gran sinfonía o luchar para ganarme la vida, o incluso amar a otro, cuando no soy más que un microbio momentáneo en una mota de polvo dando vueltas por la inmensidad inimaginable del espacio?”.