Hace poco escuché a un profesional sanitario decir:
-Al menos ha sido el menos peor de todos. – Al referirse a Juan Carlos Zevallos López, nombrado el 21 de marzo de 2020 bajo el gobierno de Lenín Moreno como Ministro de Salud Pública de Ecuador.
“El menos peor de todos”, sostuve en mi mente con indignación por algunos segundos y luego pensé; “Odio escucharlo y tener que decirlo”
El problema no es el circo ni el actor, el problema es el espectador quien no exige por el show que pagó. Conformarse y exigir forma parte de una polaridad cuestionable, más aún de países como el nuestro que flaquean por las decisiones de sus gobernantes.
Tras siglos de dominio pareciera aun que estamos en cadena perpetua por el peso de las ideologías que sostenemos. Una democracia insegura, utópica y disonante es con la que caminamos a diario.
Elegir entre “lo malo” y “lo menos peor” no es solo en tiempo de elecciones, sino también pareciera representar la individualidad de cada ciudadano, siempre resignándose a lo que hay, adaptándose a ello y a no aspirar a algo mejor. Incuestionablemente nuestro pueblo es pobre y no ignorante.
Nos equivocamos, muchas veces al decir que nuestra democracia estaba enferma. No está enferma sino huérfana, carente de sentido y mancillada por quienes la tomaron como padres adoptivos. Es un niño herido al final de una calle esperando e implorando a que alguien le rescate.
Cuánto más deseamos algo más luchamos por obtenerlo, por qué no desear exigir más a quienes elegimos como mandantes, por qué no cuestionar y por qué no aspirar a un menos peor. Los pensamientos crean hábitos y los hábitos nos crean a nosotros; y en ese sentido Ecuador está inmerso en la ideología del menos peor arrastrando y adaptando consigo la miseria y la injusticia como modo de vida.
Nuestros hijos no merecen crecer con el peso de las palabras que sus padres han pronunciado mucho antes de su llegada “Menos peor”. Porque lo que se aprende también se hereda y lo que no se dice o exige nos destruye lentamente.