La política del diálogo establecida por el presidente Moreno es buena para el país. Nada justifica que haya conflictos insuperables entre ecuatorianos. El ambiente de la última campaña electoral fue inaceptable.
El odio y la violencia provenían principalmente de opositores a la revolución ciudadana, sobre todo en redes sociales, pero también en la actitud de mucha gente de clase media y alta que planteaban el debate como si fuera de vida o muerte. Amenazaban y trataban de infundir miedo con escenarios apocalípticos.
Esa conducta debía llegar a su apogeo con la denuncia del fraude después de la segunda vuelta, pues si el futuro se presentaba tan nefasto con la ganancia de Lenín, había que evitarla a toda costa. Esa denuncia de fraude no es coherente con la cantidad de observadores de mesa que tuvo la campaña de Lasso ni con la misión de la OEA ni con el conteo rápido de Participación Ciudadana, que reflejó el triunfo apretado de Moreno, pero triunfo al fin. Entonces, la actitud del Presidente es generosa y debe ser aplaudida, pero también es pragmática. Si él responde con violencia, ésta no se detendría nunca. Esa es la responsabilidad que tiene un jefe de Estado. Lenín está demostrando con hechos que las amenazas y miedos irracionales no tenían sentido.
Es comprensible que algunos partidarios de la revolución ciudadana sientan temor de que, con el estilo tolerante de Lenín, se puedan perder los logros de los últimos 10 años. Los opositores deben reconocer que, gracias a los gobiernos de Rafael Correa, ahora hay estabilidad política e institucional, los pobres tienen más derechos que antes, la educación y la salud ofrecidas por el Estado han ampliado su cobertura, el Seguro Social tiene mayor número de afiliados y es accesible para créditos, las carreteras son mejores, la luz y el teléfono tienen más calidad y tarifas relativamente bajas, las oficinas públicas se han modernizado y su atención es eficiente.
No hay que temer. El proyecto político sigue adelante con sus grandes objetivos: derechos para todos y cambio de la matriz productiva. No va a detenerse la acción del Estado para equilibrar desigualdades y va a continuar el programa de desarrollo, que implica, como ha repetido el Vicepresidente, producir más, producir mejor y cosas nuevas.