A propósito de los bares de escuelas y colegios. No sé cómo se arreglaría con el colegio, pero el encargado del bar era un profesor de inglés. Por los años 60, en las horas del hambre, las de los recreos, volábamos al bar. Y lo que allí había era muy poco y digno de una pobreza franciscana. Solamente dos cosas tenía para ofrecernos: un nutritivo emparedado de queso en pan de centeno y un vaso de chicha de avena. Quedábamos satisfechos y contentos. Además, no éramos ricos ni la plata nos sobraba, con un sucre o menos, nos bastaba. Era el bar del Colegio Nacional Maldonado de Riobamba, institución que nos brindó en dos jornadas diarias austeridad y excelente educación secundaria. Ni por casualidad tuvimos compañeros obesos. No conocíamos la comida chatarra. Otro recuerdo muy grato tengo del colegio de los padres dominicos en la capital, donde asistí a su internado mis dos primeros años de secundaria. A las cinco de la tarde nos ofrecían una taza de máchica con miel o azúcar. ¡Qué inteligentes fueron aquellos laicos y religiosos, respectivamente! Ellos sí fueron unos verdaderos Maestros, así, con mayúsculas. Cuánta razón tenía el Dr. Plutarco Naranjo cuando dijo, alguna vez, que una madre no debía dar a su hijito lactante, gaseosas en el biberón del niño sino una coladita de máchica.