Ya no pudo resistir más. Se sintió acorralado. Le fue imposible detener la presión de muchos sectores, nacionales e internacionales, defensores de la libertad de pensamiento y expresión del ser humano, quien no es más que el compendio inalterable de libertad y dignidad. Cayó derrotado en su propia ley, en medio de jueces serviles a sus protervos fines, acompañado de áulicos que se arrodillan a su paso y lo reverencian y, de un grupo de individuos que aplauden, gritan consignas y queman periódicos para satisfacer a su ídolo. Sin embargo, pretendió ser magnánimo al perdonar a quienes fueron sentenciados y, además, desistir de otro juicio similar, pero volvió a increparlos, denostarlos, vilipendiarlos… No cambiará jamás. Encerrado en su burbuja de autoritarismo, querrá imponer su verdad y el monopolio de su moral política. Por siempre se lo conocerá como el Autócrata Revolucionario del Oscurantismo del Siglo XXI.