Con los rostros perdidos en medio de la crueldad de una guerra en la que los niños sólo juegan el papel de víctimas inocentes de las ambiciones de los adultos, aparecen delante de los televidentes, quienes ya ni siquiera se inmutan ante esta tragedia que desgarra el corazón humano en mil pedazos.
Duele saber que hay personas que utilizan a los niños como escudos humanos y con otros fines bélicos; otros los usan para satisfacer sus sórdidos placeres y deleites sexuales inimaginables y, otros más los utilizan para obtener réditos económicos, como mulas que trabajan cuando deberían estar jugando.
Estoy cierto de que el castigo que recibirán estos hombres con corazón de piedra y conciencias cauterizadas será proporcional a la crueldad que brota por cada uno de los poros de su malévola e inhumana existencia. Lastimar a un niño es caer en la sima de la maldad, es agredir al más pequeño y al más débil para saciar el voraz apetito que sienten por destruir a sus semejantes.