Mal que nos pese, el mecano socioeconómico construido por el correísmo ha resultado ser un sistema malévolo, pero sólido e inteligente, perfeccionado a lo largo de una década, el cual es capaz de auto repararse y regenerarse para adaptarse rápidamente a las indispensables reformas que exige la transición del autoritarismo a la democracia.
Las refacciones parciales, como las que viene intentando hasta ahora el actual gobierno, apenas van a hacer mella en esta estructura económica, administrativa e institucional que funciona con algoritmos propios, inmunes estos a los paliativos y remiendos que se trata de implantar; aun a aquellos que tienen la vestidura de voluntad popular.
La presión de varios sectores del país porque se tomen medidas y se dicten leyes y disposiciones inmediatas, sin que exista siquiera delineado un marco político, económico e institucional definido, puede conducir al país a un laberinto sin salida, construido con medidas precipitadas que den lugar a resultados equívocos: predecibles solo en teoría; inaplicables o insuficientes en la práctica.
El gobierno no puede seguir con remiendos y reestrenos políticos, malabares financieros y maromas institucionales cuyos efectos son impredecibles.
Las transformaciones que necesita el país son claramente orgánicas y hasta conceptuales: Salir de la entelequia del socialismo del siglo XXI, versión ecuatoriana, y volver al mundo real requiere valentía y coraje para limpiar los pestilentes residuos de la “mesa servida” y los rescoldos del pasado para construir y aplicar, planificada y honestamente, un modelo posible y creíble de desarrollo, que mire más allá del corto plazo y que, desde su inicio, sin miramientos ni compromisos, afecte y transforme profundamente las estructuras vitales del robot sociopolítico y económico heredado del correísmo el cual, es evidente, sigue funcionando, casi incólume, entre bastidores.