No lo podía creer, eran las diez de la noche y en aquel centro comercial, centenas de personas con rostros afiebrados, ojos desorbitados y mandíbulas apretadas pugnaban por entrar y aprovechar las ofertas para comprar decenas de regalos a fin de cumplir con este ritual consumista de “quedar bien”.
Paralelamente miro las calles y avenidas del Distrito atosigadas por un denso tráfico, dentro de cada vehículo encuentro las mismas facciones afiebradas tratando de llegar a sus inciertos destinos en esos rostros ya se perfila el estrés.
Con igual afán en mercados y supermercados se compran pavos, perniles, pollos, viandas y licores para celebrar el día en el que simbólicamente nació Jesús, el Cristo, ser que para el cristianismo implica la mixtura de conceptos de ciencia y fe.
¿Es esta la Navidad? ¿Acaso el espíritu de la Navidad estará en los templos del consumismo? Lo dudo, cada año que pasa me afirmo más en todo lo contrario, con humildad procuro querer, respetar y ser tolerante con mis prójimos en quienes veo encarnado a ese fulgurante ser que iluminó a la humanidad.