El monumento perdido del abuelo Concha

Entonces no tuve ya ninguna duda, si es que alguna vez la tuve, de que el santo era él. Sin darse cuenta, a través del cuerpo incorrupto de su hija, llevaba ya 22 años luchando en vida por la causa legítima de su propia canonización. La Santa.

A veces, como sucede en el relato La Santa, de García Márquez, los seres humanos vienen por un propósito: resguardar la memoria, en un mundo de vértigo que apuntala la amnesia. Ese parece ser el caso de Carlos Concha Jijón, quien tiene antepasados heroicos y liberales como Carlos Concha Torres y Luis Vargas Torres. Al igual que el cuento del Gabo, donde el protagonista anda con la santa envuelta en naftalina y esperando una cita con el Papa respectivo para su beatificación, el nieto del luchador liberal anda, tal es la palabra, los caminos de esta tierra erigiendo un monumento para su ancestro aunque sea en sus sueños. Qué importa –y esa también es la maravilla de la historia oral- que trastoque hechos –que molesten a otro nieto, quien –con sobrada razón- también defienda la memoria de su respectivo abuelo, en este caso el general Enrique Ribadeneira.

Además de la fotografía histórica, que esa misma ya es un monumento de nuestras desperdigadas imágenes con que hemos armado este país posible, se agradece esta crónica de Byron Rodríguez Vásconez “La memoria de Concha en Esmeraldas es solo oral”, del 16 de febrero. Esta inmersión periodística, no exenta de literatura, en esa tierra de oleajes y desmemorias, donde los barcos negreros olvidaron a sus náufragos, son un aliento para ese periodismo que es, en definitiva, el que sobrevivirá. Porque, al igual que el personaje de La Santa, Margarito Duarte, son estas historias las que nos devuelven en ese espejo de lo que somos. Porque así, como el relato, luchamos porfiadamente porque esos jirones incorruptibles de nuestro pasado conserven el aroma de los tiempos perdurables.  

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