Un debate inoficioso se desarrolla en torno al monumento propuesto para recordar al ex presidente Febres Cordero. En lo personal, las acciones de su gobierno y el entorno de muchos de sus colaboradores – algunos aún vivos, otros ya fallecidos – me retuercen la memoria y me causan repulsa. Sin embargo, esa es mi visión política de la circunstancia, más no necesariamente la percepción histórica de todo un conglomerado en el que con seguridad hay ciudadanos que piensan y sienten diferente. Si el pensamiento político primaría sobre la historia misma, entonces muchos como yo deberíamos propender a eliminar los monumentos de Rocafuerte o de García Moreno, en tanto que otros, ejerciendo el mismo derecho, podrían demandar echar abajo el monumento a Espejo, a Montalvo o a Alfaro. Enfrascarnos en una discusión de este talante resulta vano y es una manifestación de intolerancia. Desde mi ubicación ideológica, si el monumento llega a erigirse, aprovecharía la ocasión para poner en ese sitio un crespón negro que rememore a los asesinados y desaparecidos durante su gobierno. Así, la efigie estará ahí para que quienes creen que deben rendirle tributo, lo hagan y para que quienes vivimos su modelo represivo y corrupto podamos señalarlo e impedir el olvido de las tragedias de nuestra Patria.