Se ha multiplicado la estrategia de la burla y el engaño de algunos movimientos y partidos para incorporar como candidatos a destacados deportistas, artistas y reinas de belleza, cuya popularidad constituye el vínculo más cómodo, barato y simple de captar votos, con prescindencia de conceptos éticos, doctrinales e ideológicos.
Estos improvisados políticos, de nueva data, son utilizados, como piezas, para armar mayorías parlamentarias que respalden alegre, sumisa e inconscientemente las decisiones de los estrategas que los escogieron. Poca o ninguna importancia han adquirido, para estas mentes irresponsables, los tristes antecedentes de anteriores comediantes que, como aporte sustantivo a la Asamblea, expusieron su arte para alegrar las reuniones sociales y deportistas que, con su esfuerzo admirable, colocaron en alto el pendón patrio, pero que, situados por el peor oportunismo en el Parlamento, mancillaron su honor y cambiaron la gloria de logros trascendentales por un accionar legislativo de dudosa transparencia.
Si la tendencia es, como han manifestado los hábiles auspiciadores, incluir en sus listas a candidatos de raigambre popular, ¿por qué no los escogieron de ese enorme colectivo integrado por extraordinarios profesionales que, con dedicación y esfuerzo, vencieron limitaciones económicas y sociales para alcanzar el éxito y triunfar con honestidad, capacidad e inteligencia?
Si no existen conocimientos doctrinarios y políticos en estos destacados personajes, ¿que debates generarán o sostendrán para fundamentar la creación o modificación de las leyes que normarán el diario vivir de los ecuatorianos?
La ambición de poder destruye la moral de nuestro inocente y sincero pueblo que, presa del engaño, depositará su voto por sus ídolos triunfadores en actividades diametralmente diferentes a la que, con su sufragio, impulsan.
Constituye una acción de codicia electoral irresponsable y de un desesperado afán de controlar las acciones legislativas, fiscalizadoras y judiciales.
La patria pensante, pujante, cimiento del desarrollo económico y cultural, está herida; no se ha dado cumplimiento a la ofrecida meritocracia y en su lugar se han dejado de lado conceptos elementales de competencias y rendimientos, según los cuales las personas realizan gestiones admirables en las áreas en que son competentes; pero fracasan rotundamente en aquellas en las que son incompetentes.
El respeto a los individuos, por humildes que sean en su origen, exige un tratamiento considerado y franco, sin ofertas falaces de un futuro brillante en un campo diferente al deportivo o a la farándula; estructurar, sin escrúpulos, una Asamblea mediocre y de limitadas ejecutorias, es ofender a los escogidos, a los electores y al país.