Una mentira repetida varias veces se convierte en verdad. Desde 2016, cuando quedo claro que Rafael Correa no se presentaría a la reelección, la idea de desmontar ese aparato centralizador y perverso de poderes, cobró interés en la opinión pública. Y hasta ahora 2021, hemos estado esperando ese momento. Probablemente, el tiempo del correísmo haya entrado en una pausa; nomás hasta buscar, dizque, a otro lidercito a quien hipotecar su libertad a cambio de fama, dinero y un mal nombre. Todavía conserva su hinchada en la Asamblea y con aduladores en puestos clave. Que, agrupados en un partido maltrecho y a pesar de estar ausente su caudillo, están dando guerra y mienten cada vez con mayor descaro.
Nada de lo que haga o deje de hacer el actual Presidente y su Gobierno tendrá sustentación, si no existe la voluntad, el compromiso y sacrificio que pueda provocar un cambio radical en el país sin humillación del ser humano; siempre serán esfuerzos vanos, si no se rompen los vínculos y alianzas del pasado. El correísmo súbitamente saldrá al paso, y lo que es peor, quien traicionará a quien; que no será la primera vez que esto ocurre; solo los incautos y necios hacen oídos sordos.
Si tenemos que jactarnos de un trabajo bien hecho, se debe primero barrer la casa, cambiar las chapas, transparentar las cortinas, disponer de vigilancia y enrejar la basura; además de poner fin al estado de parálisis en el que nos encontramos como país. Quizá debamos plantearnos una pregunta: ¿Estamos listos para poner en marcha algunas de esas posibilidades de cambio?, o pecar con diálogos indulgentes y samaritanos del ayer. Todo progreso humano y de país se lo hace luchando y en democracia; que el enemigo no es mi prójimo, sino la ignorancia, el hambre, la pobreza, la desnutrición…, y la corrupción.