Es innegable la expectativa que han causado en la comunidad ecuatoriana las ofertas realizadas por el flamante Presidente en su reciente discurso, diferente al de campaña, el que tanto él como sus asesores y equipo cercano, saben que queremos escuchar. Se advierte el deseo de iniciar un cambio en la política gubernamental, mensaje alentador para una sociedad que vive la desesperanza en medio de una crisis económica aparentemente insalvable, como efecto de la pesadilla ocasionada por la “larga noche de la revolución ciudadana”. Un experimento macabro irrepetible.
Sin embargo, no debemos olvidar que así inició su mandato el anterior Presidente, con discursos y sabatinas repletos de promesas que nos llevarían al “milagro ecuatoriano” y al “buen vivir”, que en la realidad se traducen en la gran farsa impuesta con medidas dictatoriales y desmesurada irresponsabilidad, que hicieron posible el despilfarro y la corrupción.
El Ejecutivo, en una muestra palpable de apertura, debería recurrir al sector privado (Cámaras, Fedexport, Corpei, Proecuador, etc.) y lograr la colaboración de sus mejores expertos en economía, finanzas, comercio exterior, por ejemplo, que cuenten con una exitosa trayectoria, cuyos logros deberían reproducirse en el sector público.