La mediocridad se manifiesta por una evidente falta de conocimientos, tanto generales como específicos, referidos a una actividad, pero también referidos a la actividad de cualquier persona.
Es mediocre quien interviene en una conversación con una clara falta de conocimientos y criterio sobre el tema. Es mediocre, quien en sus estudios, a duras penas asimila los conocimientos, ya sea por desidia o por falta de capacidad. Cuando una persona no ha asimilado los conocimientos impartidos en una escuela, colegio o universidad, entonces, deja enquistada en su mente la impronta de la mediocridad.
Las personas mediocres evidencian de tal manera su condición, que es claro para el común de los mortales su situación, su incapacidad. Esta situación la manifiestan con claridad en su accionar, en sus decisiones, en sus relaciones personales, en sus expresiones.
Una de las características representativas de los mediocres, es su adhesión incondicional, sin razonamiento, a una causa de cualquier tipo, una sumisión casi zoológica personas de cualquier ralea, pero generalmente a quienes poseen mando, donde buscan un refugio ante su incapacidad de destacar por méritos o conocimientos.
Si es que la condición de mediocre es fácilmente detectable para las personas en general, lo debería ser con mucho más razón para quienes, ungidos de un alto cargo, ya sea de elección popular, o de designación por parte de los electos, o de selección por organismos encargados.