La primera es el gobierno de los impuestos por los medios de comunicación llamados “mediáticos” (v.g. no de los mediocres), mientras que a la última como el gobierno de los “mejores”.
Penosamente aquí gana la primera. Es así que elegimos a payasos, bailarinas, reinas, delincuentes, deportistas y hasta famosillos de la farándula criolla, como si democracia fuera el voto de cualquiera por cualquiera.
Luego vivimos quejándonos y ni siquiera elegimos bien. No aprendemos de los fracasos anteriores y nuestra memoria colectiva es efímera. Un buen cedazo inicial para la democracia sería la no obligatoriedad del voto (sólo por la obtención de su certificado) sino sólo para los que la entienden y les importa el futuro del país. Además, ¿cómo podemos aspirar a la añorada meritocracia, si no los eligen los mejores, precisamente?
Basta con superar los 18 años para estar “obligados” a votar, cuando estos nuevos adultos ni siquiera saben o pueden manejar sus propios destinos.