El día en Riobamba nos recibió con lluvia. Hay días así. El agua que cae del cielo tiene cierta belleza que refresca todo lo que sucedió el día anterior. La Asamblea Nacional reflejó todos los miedos del pasado: que el presente reemplace al poder clerical por uno más humano. Y, automáticamente el ecuatoriano encendió la hornilla de las redes sociales, que jamás abriga, pero que da cierto consuelo, como quien manda al diablo al vecino con la cabeza metida en un balde de agua.
El NYTimes cerró sus operaciones en América Latina, apagó un megáfono de papel y anunció (sin decirlo) que el periodismo investigativo, riguroso y que suele contrastar fuentes está perdiendo la batalla con las fake news, las redes sociales y los algoritmos. Anteayer nos enteramos que 17 millones de ecuatorianos pesan 18 gigabytes. En fin, el mundo está en llamas. Hay un chiste en Twitter que reemplaza toda esta impotencia con el deseo de la caída de un meteorito, porque – al parecer – es preferible el destino de los dinosaurios que enfrentar al ser humano. Y es en este terreno donde las ciencias matemáticas ganan la batalla, porque la certeza de la incertidumbre siempre precede a la solución. Como la lluvia a la luz del sol, o de la luna llena. Y saben qué, está bien, la vida siempre funcionó de esa manera, con la lluvia sobre nuestras cabezas, las matemáticas para saber cuánto llevamos en los bolsillos y una solución por inventar. Y como dice Elsa Punset, ‘No es magia, es inteligencia emocional’. Porque después de la lluvia debemos ser más inteligentes que el fuego algorítmico de las redes sociales.