Mi bisabuelo, Julio Andrade Rodríguez, ser de carne y hueso; llamado Bayardo, por Eduardo Martínez, el de “La espada sin mancha” por Carlos de la Torre Reyes y de Vida Heroica por Raúl Andrade, fue asesinado el 5 de marzo de 1912. Los autores del delito quedaron impunes, incluido Leonidas Plaza quien, sin duda alguna, participó como autor intelectual del asesinato, no concibió mantener un contendor tan fuerte como el General Andrade y perder la oportunidad de gobernar por segunda vez nuestra nación. Su vanidad y cobardía lo enceguecieron. Quien dude de esta afirmación debe remitirse a los hechos, descritos por varios intelectuales y familiares, al proceso, a documentos tales como el informe de la autopsia y su partida de defunción. Julio Andrade no “encontró la muerte” como escribe el Dr. Enrique Ayala Mora en EL COMERCIO el día viernes ….de febrero de 2012, fue asesinado. El Ecuador perdió un hombre de valiosísimo; la conducción de la Patria en años posteriores habría sido distinta.
Julio Andrade fue Ministro Plenipotenciario de la República de Ecuador para ante el Gobierno de la República de Colombia por pedido expreso del General Eloy Alfaro, a quien sirvió durante el período de su mandato, su ejemplar actuar trascendió fronteras y es reconocida.
Con respecto a la muerte de Alfaro y sus compañeros, la traición al Viejo Luchador se fraguó en pasillos de intriga, en los propios errores del radicalismo, en la división que ha marcado todo proceso insurgente, y que es una lección histórica. La unidad, siempre enarbolada, había sido ya víctima de la conspiración interna, de sabotajes y conjuras.
Las victorias militares de mi General toman un cariz distinto ahora. Vence a los Alfaro y a Montero por consecuencia con Plaza, y de nada servirán las opiniones negativas sobre ese militar que, tras haber ejercido el poder, no podía alejarse del dominio personal y omnímodo sobre el destino de la Patria.
La expiación histórica se ve reflejada en la actitud caballerosa del General Andrade cuando Alfaro y sus tenientes pasaron a formar filas del corredor de la muerte que los trasladaría de Guayaquil a Quito, a sabiendas que era una decisión mortal para los reos. Un testimonio del agravio, pero también de la magnanimidad de mi General lo cuenta Julio C. Troncoso, al pintar el escenario de aquel día, antesala de la muerte, prólogo de la Hoguera Bárbara:
“En la calle una poblada les ridiculiza y les sigue con gritos hostiles. Ventajosamente entre las calles Chimborazo y Aguirre aparece el General Julio Andrade, quien desvía el rumbo de los presos y ordena que no sean conducidos al cuartel del Marañón sino a la gobernación, donde hay una fuerte guardia que les puede proteger. El General Andrade, espada en mano, siguió junto a los presos hasta dejarlos en el edificio de la gobernación. Allí quedaron, pues, don Eloy y los Generales Páez y Montero.”
A esa actitud caballerosa se suma la intervención del General para que su hermano Carlos, coronel, patriota y combatiente, proteja a Alfaro, y sea actor y testigo de un acontecimiento de inmensa trascendencia para el Ecuador:
“Aquí se estaciona hasta las 4 de la tarde en espera de la llegada de una locomotora de mayor potencia que pueda trepar la cordillera. Conseguido el objetivo, el tren sigue la marcha y llega a Huigra dos horas después. En este lugar se incorpora al convoy el Coronel Carlos Andrade. Lo hace por encargo de su hermano Julio, a fin de que defienda la vida del General Alfaro de las amenazas que lo rodean. Carlos Andrade se presenta a Don Eloy y le informa que va a ser compañero de viaje; el guerrero le agradece y le entrega en Alausí una maleta que lleva consigo. Como durante el viaje no ha tomado alimento alguno el venerable anciano, Andrade le trae una taza de caldo y le hace tomar casi a la fuerza, pues su estado de desnutrición es visible, con grave peligro de su vida. Alfaro acepta la gentil insistencia de su amigo con una sonrisa complaciente.
Qué contenía la maleta que tan solícitamente le encargara don Eloy a su amigo Coronel Andrade? José Ricardo Barrera lo dice con certeza: “En Huigra entra en el coche el coronel Carlos Andrade para acompañar “a quien tiene por mentor y maestro”, al decir de Emeterio Santovenia. Llegan a Alausí y allí le entrega a este noble amigo un maletín que no lo soltaba el General Alfaro ni en sus necesidades íntimas. Contenía unos papeles con la historia del Ferrocarril del Sur. Toda su fortuna! Mientras los soldados, incluso sus jefes creían ver en ese artefacto montones de libras esterlinas…Feliz con este descargo para la posteridad, rodeado de profundos abismos de lado y lado de las paralelas, cayó el General en un plácido sueño, tras largas noches de insomnio desde su salida de Panamá. Seguía soñando: brazos amigos le bajaron en una silla del hotelucho en que le permitieron descansar. Despierto en media calle y libre de sus centinelas, pregunta por sus amigos y se niega a fugar sin ellos. Le quitaron las cadenas como a Sócrates y sintió una agradable comenzón sin ellas. Volvió al tren el soldado de honor.”
El 28 de enero de 1912 se manchó el honor de la Patria. Vilipendiado, Alfaro fue conducido al penal, y allí, en orgía demencial, fue asesinado, para después, en compañía de las otras víctimas, ser arrastrado hasta el Ejido, donde la fogata de la ingratitud y la desesperanza, enviaron al cielo el humo gris y triste del despojo y la traición. La noticia produjo en Andrade un nuevo desencanto y la comprobación de la condición inmoral de los asesinos, sean estos los autores materiales, esa turba desquiciada, o los instigadores, que venían de la oficialidad liberal anti revolucionaria, de la curia amoratada, del placismo voraz. Invoco a Benjamín Carrión, para profundizar en el retrato del General: Para mí, acaso ninguna frase de nuestra literatura política, llega a la altura cordial y humana de esta de Julio Andrade, después del sacrificio de Alfaro y sus compañeros: -Mi tristeza es inmensa e incurable. Mi alma está limpia y clara como la de un niño.- Así, grande y bueno, valiente y culto, justiciero y altivo, este hombre claro de nuestra tierra. Ejemplar nobilísimo de varonía y de generosidad, de equilibrio constructivo y de buen corazón”.