A propósito de la marcha indígena, el 3 de noviembre pasado estuve en Cuenca, y mientras visitaba una exposición artesanal en la avenida 12 de Abril, pasó una manifestación en ‘defensa del agua’. Un par de extranjeras que venían detrás, casi desapercibidas, me entregaron una hoja en contra de la explotación minera. ¿Por qué no lo hizo un nacional? Dejar las cosas como están, porque no hay propuestas concretas, es una actitud cómoda e irresponsable: un ‘laissez faire’, ‘laissez passer’. Creo que todos recordaremos las imágenes dantescas de Nambija y la brutal contaminación con mercurio; así como las recientes noticias deplorables sobre el oro en Esmeraldas (con la destrucción de tractores). A propósito, ¿cuál contamina menos: la explotación artesanal a la buena de Dios o la gran minería con tecnología de punta? La respuesta es obvia. De la misma manera, fue absurdo pretender que los nativos del Oriente pudiesen ser preservados en la pureza primigenia de la edad de piedra, a manera de un museo viviente. ¿Cuál es el resultado de la desidia? Haber quedado a merced de los colonos y sus explotaciones destructivas: madera y fauna endémica. Solo la cultura del conocimiento será capaz de proteger nuestra ecología.
La actitud de aquellas extranjeras y de quienes las encubren se enmarca en el concepto de neocolonialismo.