Eran los años 2000, Liga de Quito había vuelto a la serie A, su ascenso, había sido matizado por una gran participación de juveniles en su proceso. Entre todos sus participantes, se destacaban dos nombres: Franklin Salas y Paul Ambrossi.
En el mundo periodístico, todavía brillaban grandes nombres como Carlos Efraín Machado, Pepe Murillo, Pancho Moreno, Petronio Salazar. Yo era solo un niño, el país era un caos, era un domingo por la mañana. Fue uno de esos partidos cerrados, vibrantes, un mano a mano de siempre.
Fue ahí, cuando Franklin Salas hizo una bicicleta, eludió a su rival, lanzó un centro y se marcó el gol con el que Liga ganaría ese partido. En ese preciso instante, estaba alado de la radio de tubo que acompañó mi niñez, después de escuchar el clásico cántico de gol entre lloro y risa que caracterizaba a Pancho Moreno, escuché lo siguiente: “Es un mago, este chico es un mago, es un mago”. Sin darnos cuenta, habíamos sido testigos de una de las últimas pinceladas del gran Alfonso Laso Bermeo, que nos acababa de regalar, al Mago Salas…